Nicolás Salinas Sepúlveda 

Director Área de Participación y Comunicaciones
Creo Antofagasta

 


La vida urbana tiene su encanto. Los edificios son más modernos y eficientes, las carreteras mejor diseñadas y la infraestructura en general está pensada para atraer a las personas con fines específicos. Las mega ciudades suelen tener mega centro comerciales donde la palabra oferta es una especie de imán que convoca a decenas, centenas, miles de visitantes. Sin querer, nos transformamos en un número más que pasea por donde le dicen, compra lo que le indican y se entretiene con lo que hay.

Y mientras muchos siguen esa tendencia, hay quienes incómodos de ser arrastrados por la masa, buscan construir su propio relato, buscando lugares donde puedan expresar sus necesidades y ojalá, crear la forma de satisfacerlas. Así, los espacios públicos, su arquitectura y la forma en que las personas los usan, se convierten en el lugar de encuentro para el ejercicio de la vida en sociedad.

El espacio público implica uso social colectivo y multifuncional que opera también como una plataforma para la creación de la identidad gracias a los distintos tipos de relaciones que ahí se pueden establecer entre individuos que interactúan y casi sin querer desarrollan la cultura, la política y el interés por lo comunitario a través del uso del tiempo libre.

La recreación es definida por la RAE, como diversión, alegría, deleite para el alivio del trabajo y para crear o producir algo nuevo. No es simple ocio y se relaciona con renovar el espíritu pues es una experiencia que el hombre elige de manera libre con el fin de obtener a cambio, solo una sensación de bienestar. Y es a partir de la valoración de los espacios públicos que aparece la urgencia sobre cómo mejorar el funcionamiento urbano, cómo preservar el patrimonio, cómo potenciar la seguridad, el acceso, la inclusión.

La apropiación de los espacios públicos es una experiencia intrínseca del ser humano que se concreta mediante lo que investigadores denominan “la identificación simbólica”, es decir, cuando sentimos que dejamos nuestra «huella», fusionándonos con el entorno y auto atribuyéndonos cualidades del mismo, como definitoria de identidad.

Todo lo comentado no es casual. Tiene que ver con procesos afectivos y  cognitivos en los que las personas hacen o sienten suyo determinado espacio, porque está cargado de historias de vida y emociones que logran consolidarse y convertirse en tradición. Le damos un sentido a lo que puede ser medido en metros cuadrados o construido con distintos materiales. Es esta pertenencia, las relaciones y las redes entre grupos lo que entendemos como identidad. Necesitamos más espacios públicos humanizados, llenos de contenido, sentimientos y percepciones, que nos permitan construir proyectos compartidos materializados y expresados en las calles, plazas, playas.

Por eso debemos latir junto al corazón de la ciudad, ese punto donde los vecinos se conocen y encuentran y donde han recuperado ese gusto por sentarse juntos a ver pasar la tarde, compartir la historia y la cultura en común y también las problemáticas del entorno.

Disfrutar estos instantes tiene un fondo más profundo que buscar un estilo de vida saludable y al aire libre y tiene que ver con recuperar nuestra esencia y volver a encontrarnos en alguna esquina o banca de plaza, simplemente para estar juntos y conversar.